Cada año, entre julio y agosto, cuando las aguas estaban bajas, solían llegar y construir sus nidos en las copas de los árboles de ochoó. La falta de estas aves es un indicio de que la humanidad debe frenar la destrucción de los bosques.
«Ni una sola pluma», exclama con tristeza y resignación el biólogo Huáscar Bustillos, mientras se resguarda bajo la sombra de uno de los imponentes árboles de ochoó en la zona de anidación de la cigüeña *Mycteria americana*, dentro del área protegida Curichi Las Garzas, en el distrito de Antofagasta, municipio de San Carlos.
Las aves solían llegar al humedal entre julio y agosto, cuando las aguas bajaban. Tras un largo viaje, se instalaban en las copas de los árboles para construir sus nidos y criar a sus polluelos. Durante este proceso, los excrementos de las aves cubrían el suelo con una capa blanca, una marca distintiva de su presencia.
Sin embargo, en 2024 algo ha cambiado: no han llegado. Los nidos del año pasado están vacíos, y el pasto y la maleza mantienen su color natural, sin la huella de los batos cabeza seca, como se les conoce en el norte cruceño, una región que también alberga una gran diversidad de especies.