María Galindo
Lo que ha sucedido en Bolivia en las ultimas elecciones es un mecanismo social por demás interesante que vale la pena y la alegría compartirlo con ustedes no importa el lugar donde estén.
La lectura triunfalista del Movimiento al Socialismo y de la izquierda internacional de una ratificación de su proyecto es una lectura casi neurótica de autoengaño, tanto como lo es, en sentido inverso, la lectura de los grupos fascistas derrotados que aun insisten en denunciar fraude. Grupos fascistas que han pasado de ser amenazantes a ser ridículos.
Suspiro hondo y aun siento entremedio de las costillas un cuerpo no sólo cansado sino adolorido: musculo por musculo, cavidad por cavidad, vena por vena, es el cuerpo de la sociedad boliviana.
Frente a la papeleta no fuimos individuo, fuimos multitud[1]
Las papeletas electorales se han venido convirtiendo en una especie de set experimental para ratas de laboratorio que somos l@s votantes donde se calcula nuestro comportamiento en base al miedo, al odio, a la manipulación mediática, en base a las fakenews en redes y un largo etcétera que forma parte de un aparato que se mal llama “marketing electoral”.
Al mismo tiempo las opciones de votación no son lo que anuncian “formas de representación” política de voluntades colectivas, programas o planes de gobierno, sino opciones dentro un tablero cerrado donde tu voto suma o resta, pero no cuenta en sí mismo.
En ese contexto nada puede fallar todo voto parece ser un voto contra las luchas. Parece que estuvieras ante un juego de mesa imposible de revertir, en Bolivia lo hicimos y quiero contarte como, porque quiero creer que el mismo método puede funcionar en otras latitudes e inclusive en los EEUU frente a Trump.
El voto destinado a estar vacío de contenido adquirió un sentido, el sentido de veto colectivo por eso es que afirmo que no ha ganado el MAS, aunque circunstancialmente el MAS aparezca como ganador. Su triunfo es un espejismo porque el contenido no es la adhesión a su proyecto sino el veto.
Para que me entiendan traslado este razonamiento a otras latitudes, en los EEUU no se está disputando el triunfo de los demócratas, sino únicamente la derrota de Trump, derrota en la que los demócratas se convierten en un mecanismo circunstancial.
La multitud se reconoció a sí misma como diferente y distinta de la oligarquía; la papeleta nos colocó casi geográficamente entre un nosotr@s complejo frente a un ellos nítidamente establecido como ajeno, como repudiable, como patronal.
El voto dejo de ser voto y se convirtió en pancarta con contenido propio
El voto fue un veto al racismo.
El voto fue un veto a la corrupción.
El voto fue un veto a la quema de la whiphala[2].
El voto fue un veto a la extorsión y abuso policial
Votaron l@s muert@s por coronavirus porque en su nombre dijimos no
Votaron l@s asesinad@s por el gobierno de Añez en Senkata y Sacaba porque en su nombre dijimos no
Votar fue una forma de botar al gobierno del Palacio y mostrar un repudio total y generalizado.
No es que el MAS es el gran proyecto de los pueblos indígena; es el partido que encorsetó la representación política indígena directa y que violo la constitución política del estado plurinacional cientos de veces, pero frente al fascismo en un tablero de laboratorio es la salida que escogemos como paliativo, como algo transitorio, como posibilidad practica, pero no como sueño, no como adhesión eso es bien diferente.
Ustedes dirán que estoy proyectando sobre la masa mis sentimientos personales, a eso respondo que no es así porque si esta masa gigante de mas del 50% de los votos extendida en todo el país fuese una adhesión al proyecto del partido, Evo Morales y Álvaro García Linera no hubieran tenido que salir huyendo y no hubieran sido derrocados como se aplasta una mosca en la pared como de hecho sucedió en octubre y noviembre del 2019.
El voto se desplegó también como voto castigo contra todos quienes fueron participes de la construcción del gobierno de Añez, por eso perdieron Mesa, Camacho y Quiroga y recibieron lo que popularmente en Bolivia se llama paliza. Es más, dos candidaturas tuvieron que bajarse de las elecciones antes de llegar a la mesa de votación porque la sociedad boliviana ya había dado señales de ese castigo, de ese veto, de ese repudio colectivo y se retiraron por borrar la evidencia y no pasar por la humillación pública.
Inteligencia colectiva
Frente a la papeleta electoral no fuimos individuos sino multitud, y esa multitud construyo un voto colectivo gigante, una suerte de consenso grande construido gracias a lo que se llama inteligencia colectiva. Las sociedades hiperinsdustrializadas del norte colonial tienen eso que se llama inteligencia artificial, les cuento que acá en el sur gozamos de eso que se llama inteligencia colectiva. Esa capacidad de construir un nosotr@s efímero, frágil, instantáneo pero que por ejemplo en el evento electoral ha tenido la capacidad de emerger. Una inteligencia colectiva capaz de emerger en circunstancias límite, entender eso es muy importante.
No es que estoy idealizando a la sociedad boliviana, la sufro y vivo cada día. No es que la inteligencia colectiva es algo tangible que opera de forma continua, es más los seres humanos la hemos perdido, así como venimos perdiendo otras formas de percepción y sensibilidad como son el instinto y la intuición. Pero por mucho que esas otras formas de sensibilidad y comportamiento estén perdidas reaparecen en momentos concretos, hipotizo que reaparecen en momentos de dolor, en momentos de presión extrema. Las ciudades principales fueron militarizadas una vez más la noche antes de las elecciones y las calles parecían nuevamente escenarios de guerra con tropas en uniforme de guerra desplegadas especialmente en las zonas periféricas, ese gesto fascista activo la inteligencia colectiva.
Revertir el dolor y convertirlo en otra cosa
Si hay algo que constato cada día es la capacidad de transformar las cosas en su reverso, es algo que las mujeres estamos haciendo como acto cotidiano de insubordinación frente al patriarcado, como acto de desobediencia al sometimiento y como acto de respuesta esperanzada e irreverente frente a la negación de nuestra libertad. Esa capacidad de revertir la presión fascista y convertirla en su contrario ha sido en el escenario de las elecciones bolivianas un acto colectivo gigante. Calcularon mal la represión y el fascismo, calcularon mal el miedo, calcularon mal porque nos llevaron al extremo un extremo leído socialmente como el fin de algo. Ese lugar donde el oscuro se vuelve claro y donde el dolor se vuelve rebeldía.
Esa capacidad de reversión de los sentidos es lo que ha acontecido en Bolivia frente a las papeletas electorales. Se abre por eso mismo un espacio de sueños, un espacio de construcciones y de luchas porque lo que ha sucedido es una reapropiación de nuestros destinos justo en el momento en el que parecía que nos lo habían arrebatado todo.
El MAS en ese juego, es solo una circunstancia.
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[1] Me presto de Toni Negri el fabuloso concepto que trasciende sin duda el análisis de clase en su sentido más ortodoxo.
[2] Whipala es la bandera ajedrezada multicolor que se usa en todo el continente como bandera de los pueblos indígenas. Esa bandera fue incorporada en Bolivia a rango de símbolo nacional y se adhirió inclusive al uniforme policial. Durante el derrocamiento de Evo Morales un policía con pasamontaña la saco del frontis de la Asamblea Legislativa la quemo y además la corto de su uniforme, gestos que se quedaron inscritos como actos de odio en el imaginario social.